martes, 12 de diciembre de 2023

Gótico y Mudéjar en Jerez de la Frontera (1264-1464)

Esta comunicación la presenté, a través de streaming, en el XV Simposio Internacional de Mudejarismo, que se desarrolló en Teruel los días 7 y 8 de octubre de 2021. Acaba de ver la luz en las actas, publicadas por el Centro de Estudios Mudéjares del Instituto de Estudios Turolenses (pp. 285.294).

Aunque su carácter es el de mera síntesis de lo que en los últimos años se ha avanzado sobre el tema en cuestión, me siento particularmente satisfecho de haber realizado esta contribución toda vez que, al aparecer dentro de este marco científico, contribuye a "poner en el mapa" del mudéjar a las realizaciones del medievo jerezano, hasta ahora sistemáticamente ignoradas a nivel nacional y solo parcialmente atendidas en sus síntesis por algunos investigadores andaluces. Excepción sería la Torre de la Atalaya de San Dionisio, quizá por haber recibido en su momento un epígrafe propio en la formidable y todavía hoy referencial Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV de Diego Angulo Íñiguez.

A nivel personal, esta comunicación tiene otro significado: ser consecuencia directa, a manera de respuesta, a aquella visita que en 1992 tuve la ocasión de realizar a algunas iglesias de Jerez acompañando a mi admiradísimo D. Gonzalo Borrás Gualís (1940-2019), precisamente el homenajeado en esta edición del Simposio. Quien de una manera u otra ha sido maestro de todos en este tema fascinante, se marchó diciendo –recuerdo a la perfección sus palabras en el taxi– que en esta ciudad no había mudéjar. Creo que se equivocaba.

Dos avisos. Uno, que el número muy limitado de imágenes que me admitían me condujo a seleccionar aquellas que me parecían significativas dentro de las menos divulgadas por la bibliografía: eso es lo que me ha hecho prescindir de San Dionisio. Las tres primeras fotografías son obra de José Luis Lozano y han sido publicadas con su autoría y permiso. Segundo, que no nos pasaron prueba de imprenta alguna. De haber ocurrido lo contrario, hubiera corregido un grave error gramatical cometido por mi parte al hacer, en la entrega del manuscrito, un cambio a ultima hora.

Puntualizar, finalmente, la seriedad que he procurado mantener en una bibliografía en la que están representadas todas las aportaciones científicas que sobre la arquitectura religiosa medieval jerezana se han ido realizando durante las últimas décadas, citando a todos y cada uno de los investigadores que han dedicado su tiempo y esfuerzo a este tema. Y lo he hecho haciendo caso omiso de la circunstancia de que alguno de ellos, probablemente aconsejado por algún otro colega, ha decidido no hacer lo mismo con mis propias investigaciones. Me refiero concretamente a David Caramazana Malía, que en sus dos últimas publicaciones científicas omite por completo mis publicaciones aun siendo consciente de que es imperativo en el método científico hacer explícita al lector la existencia de investigaciones recientes que son paralelas a las que uno esta presentando, bien sea complementándolas, bien sea contradiciéndolas –en este caso es lo primero, no hay entre nosotros enfrentamiento interpretativo alguno–. Siempre es necesario ponerle al lector todas las cartas sobre la mesa y permitir que este contraste las diferentes aportaciones, enriquezca sus conocimientos y tenga noticias de otras vías de investigación. Hacer lo contrario demuestra, además de nulo respeto por lo que hacen otros compañeros, muy escaso rigor en el método y poco nivel de autoexigencia.

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En marzo de 1992 tuvimos el honor de ser uno de los alumnos que acompañaron a D. Gonzalo M. Borrás Gualis en un recorrido por algunas de las iglesias medievales de Jerez de la Frontera (Cádiz). “Aquí no hay mudéjar, salvo quizás en San Dionisio. Lo que abunda es gótico del XVI”, terminó dictaminando. Si nuestro admirado especialista hubiera podido realizar una visita más extensa, conocer los resultados de las aportaciones de estos últimos años y contemplar los restos pictóricos que han ido apareciendo en fechas muy recientes, quizá se hubiera replanteado una afirmación que, en aquel momento y a modo de desafío, sirvió para estimular nuestros propios intereses en el campo de la investigación. El profesor Borrás valoró con acierto la gran explosión de tardogótico que se conoce en la zona gracias a la irradiación de las formas de la catedral de Sevilla a partir de los años sesenta del siglo XV, pero hay testimonios de una importante actividad constructiva anterior en la que determinados modelos del gótico del siglo XIII en la Corona de Castilla, que se mantienen de manera inercial mientras se van incorporando novedades como los terceletes y –con ellos– las bóvedas estrelladas, se entremezclan con no pocos componentes de raigambre andalusí.

San Juan de los Caballeros. Capilla de la Jura.

Hablamos de templos, ábsides, capillas, portadas, torres y elementos dispersos a los que, aun siendo conscientes de la polémica que genera tan resbaladiza etiqueta, hemos querido agrupar bajo la denominación de “gótico-mudéjar”. Pronto nos topamos con las insuficiencias de la historiografía a la hora de establecer una periodización, de encontrar referentes y de realizar interpretaciones. El estudio parcial realizado por Diego Angulo[1], el esquema general esbozado por Manuel Esteve[2] y las aportaciones puntuales de Rafael Cómez[3] y Basilio Pavón[4] no terminaban de encajar entre sí, mientras que la tesis doctoral de Carlos García Peña apenas presentaba ideas novedosas[5]. Por ello mismo lanzamos hace ya más de dos décadas propuestas que invitaban a realizar un replanteamiento de la arquitectura religiosa jerezana en los dos siglos posteriores la conquista[6], al tiempo que recuperábamos aportaciones tan imprescindibles como la Introducción al estudio de la arquitectura en Jerez de Hipólito Sancho de Sopranis[7]. Decisivos hallazgos documentales terminaron de abrir un camino que varios investigadores hemos seguido hasta configurar una visión renovada de este núcleo arquitectónico. Una visión que, desde un punto de vista distinto al de la Historia del Arte, ha sido validada y ampliada por la tesis doctoral del arquitecto José María Guerrero Vega[8].

Para avanzar por este sendero lo primero que hemos tenido que hacer es enfrentarnos a un “nudo gordiano” en el que se habían enredado todas las argumentaciones en torno a la cronología de las edificaciones y a los vínculos entre ellas. Había elementos que parecían apuntar hacia fechas tempranas, y no era infrecuente entre la historiografía local –incluyendo al propio Hipólito Sancho– que se escribiera sobre la existencia de románico en Jerez. Otros correspondían ya al mundo tardogótico, pese a aparecer entremezclados con lo que hemos llamado gótico-mudéjar; es el caso de la portada occidental de Nuestra Señora de la O de Sanlúcar de Barrameda, que con acierto Diego Angulo vinculó a la Torre de la Atalaya jerezana[9] y más tarde un confundido Sancho quiso interpretar proponiendo dos fases en su realización que nunca fueron tal[10]. Lo que más desconcertaba era la presencia de terceletes para generar –en capillas y en cabeceras de iglesias– bóvedas estrelladas. El mismo Borrás nos insistía en que a todas ellas les correspondía una fecha avanzada pese a aparecer asociadas a dientes de sierra, puntas de diamante –“el Maestro de las Puntas de Diamante”, llegó a bromear–, columnillas suspendidas a media altura y otras fórmulas que nos llevaban un par de siglos hacia atrás. El “nudo” fue roto gracias a un documento que demostraba que la Capilla de la Jura de San Juan de los Caballeros estaba conociendo su finalización en 1404[11]. Los estudios paramentales realizados a raíz de su restauración han confirmado que su bóveda estrellada es la original[12] y que, por ende, los maestros que trabajan en esta ciudad y su entorno utilizan la fórmula del tercelete mucho antes de que esta se difunda por el Valle del Guadalquivir. El enredo no partía sino de la suposición de que en un centro presuntamente menor como Jerez de la Frontera no podían aparecer esas fórmulas u otras –por ejemplo, los arcos conopiales– antes que en la capital de la archidiócesis. Superado ese prejuicio, las piezas del puzle empezaron a ir encajando hasta conformar el panorama que en las siguientes líneas vamos a intentar esbozar.

El estado actual de la investigación descarta la existencia de grandes realizaciones en tiempos del Rey Sabio. La conquista –1264 según la tradición, 1266 o 1267 tras las últimas investigaciones[13]– y el posterior proceso de repartimiento vaciaron la antigua Sharis de toda su población musulmana y la volvieron a poblar con personas llegadas de Castilla (54% del total), de León (30%), de Aragón (7%), de Navarra, de Portugal y hasta de allende los Pirineos, incluyendo una judería de mediano tamaño y una cierta cantidad –veinticinco, uno de ellos albañil– de “moros del rey”. Seis collaciones se crearon para articular social y religiosamente la urbe: la Colegiata de San Salvador, San Dionisio y una parroquia dedicada a cada uno de los cuatro evangelistas[14]. Muy probablemente los primeros templos no fueron sino edificios islámicos reutilizados, como sabemos que se hizo en los conventos de Santo Domingo y San Francisco cuando los frailes mendicantes se instalaron frente a sendas puertas de la muralla almohade[15]. La vinculación que señalara Rafael Cómez de las iglesias de San Dionisio y San Lucas con el mundo alfonsí[16] solo se puede mantener para algunos ábsides y portadas, en modo alguno para la globalidad de los templos ni para sus elementos mudéjares. Su atribución al monarca de las Cantigas de la bóveda esquifada del oratorio islámico del alcázar ya fue descartada por Alfonso Jiménez[17], autor al que le hemos leído la –a nuestro entender– más certera definición de la arquitectura de la zona gaditana en tiempos de Alfonso X: “mediocres arreglos y adaptaciones de edificios anteriores”[18]. Un análisis minucioso del ábside del lado del Evangelio de San Dionisio, certeramente relacionado por Cómez con la parroquia trianera de Santa Ana[19], deja en evidencia semejante circunstancia[20]. Los lienzos murales de la primitiva capilla mayor de San Marcos que se conservan embutidos dentro de la obra tardogótica enlazan –por el diseño decorativo de sus ventanas– con el maestro del primer San Dionisio, y suponen otro testimonio de ese gótico jerezano en su etapa inicial[21].

La precariedad de la repoblación, condicionada por la cercanía de la frontera y por las razias musulmanas, limitaría toda actividad constructiva en Jerez. Los arranques de algunos proyectos de cierta envergadura –una sola nave abovedada para San Marcos– se ven frustrados[22], y las mezquitas se mantienen en pie más tiempo de lo previsto: nada que ver con el importante conjunto de templos parroquiales que se levantan en Córdoba y Sevilla. Se empieza a hacer uso, eso sí, de la fórmula qubba para las capillas funerarias: es el caso de la de los Villacreces en San Mateo[23].

La Batalla del Salado y la conquista de Algeciras, en 1340 y 1344 respectivamente, alejarían la amenaza de los meriníes, mientras que con el reinado de Pedro I de Castilla comenzaba una etapa de relaciones relativamente pacíficas con el sultanato de Granada. Es el momento en el que Jerez puede asentar de manera definitiva su población y conocer la consolidación de un patriciado urbano. Todo ello implica la necesidad de renovar los viejos oratorios islámicos reutilizados como iglesias, así como de erigir espacios privilegiados que materialicen la idea que la oligarquía quiere para sí misma. Una oligarquía que, como la propia corona castellana, considera las formas artísticas mudéjares por completo apropiadas para la externalización del prestigio social, sin por ello dejar de estar atenta a las novedades que se van conociendo en otras latitudes.

En este sentido, resulta revelador el testimonio de Don Lorenzo Fernández de Villavicencio. En su testamento dictado en 1433, el caballero jerezano manda colocar “en la frontera delante del altar maior” de la iglesia de San Juan de los Caballeros, para dar lustre al espacio que acogería su propia sepultura, una “obra e labor de azulejos”, obvia referencia a un zócalo de alicatados como el que hoy se conserva en la capilla mayor de San Marcos; de estos últimos escribe Basilio Pavón que “pueden compararse por su vistosidad y lo original de sus tramas geométricas con los más selectos de la Alhambra y del Alcázar de Sevilla”[24]. Al mismo tiempo, las dos laudas sepulcrales que en San Juan se conservan, una para Don Lorenzo y su esposa Juana Fernández Zacarías "la Dueña" y otra para el hijo de ambos, el malogrado Giraldo Gil Zacarías, son obras importadas desde Flandes[25], lo que pone de manifiesto tanto el desprejuiciado bilingüismo artístico en que se movían las élites locales como la capacidad económica para disponer de obras de calidad llegadas tanto desde el otro lado de la frontera como de allende los mares.

Aunque no debemos desdeñar el peso de la tradición local ni –menos aún­– el papel desempeñado por la probable llegada de alarifes y artesanos desde el sultanato nazarí, pensamos que el protagonismo en este gran impulso arquitectónico que se va a extender hasta los años sesenta del siglo XV, el que calificamos bajo la etiqueta de gótico-mudéjar, lo van a ejercer un taller llegado desde Córdoba. Pero no hablamos del “maestro de 1248” –presuntamente formado en Las Huelgas y Burgos– del que hablaba Rafael Cómez[26], sino de personas experimentadas en el corte de la piedra –escasa en Sevilla, abundante en Jerez merced a la calcarenita de la vecina Sierra de San Cristóbal– que conocía y había participado en la evolución del gótico en aquella ciudad. Una evolución que conducía desde la relativa ortodoxia de las primeras realizaciones –gótico castellano del XIII adaptado a las necesidades y circunstancias locales– hacia una sintaxis heterodoxa de un vocabulario en el que los antiguos dientes de sierra –evolución de una simple moldura en zigzag– y las no menos clásicas puntas de diamante –transformación castellana de los dog teeth del Early English[27]– van a combinarse de manera creativa con angrelados –cintas lobuladas entrecruzadas–, alfices de entrelazo que llegan a ocupar las albanegas, racimos de mocárabes y otras formas llegadas desde el mundo granadino a partir de las intervenciones de Enrique II en la mezquita-catedral –Capilla Real, Puerta del Perdón–[28].

La primera obra conservada de este taller es la monumental capilla mayor de San Juan de los Caballeros. Independientemente de que podamos algún día confirmar nuestra hipótesis de que esta fue un encargo del anteriormente citado Lorenzo Fernández de Villavicencio, las concomitancias con la capilla mayor de la Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba –cubierta en algún momento indeterminado de la segunda mitad del siglo XIV– son evidentes: en los dos casos se hace algo tan insólito como es ornar la totalidad de los nervios con dientes de sierra[29].

Poco después de la finalización de esta empresa, se aprovechan dos de sus estribos para edificar la Capilla de los Tocino, vulgo “de la Jura”, que el maestro Fernán García y su sobrino Diego Fernández estaban finalizando en 1404. El recinto posee planta cuadrada, se levanta en cantería y se cubre con una bóveda estrellada cuyos plementos son de ladrillo y se encuentran revestidos de una decoración pictórica de ataurique recientemente recuperada. Los nervios descansan sobre seis columnillas suspendidas con capiteles fitomorfos. El arcosolio que se abre a Oriente se enmarca por un alfiz quebrado trazado con unas lacerías que se extienden para rodear todo el arco. En las esquinas, cuatro trompas de arista viva de tradición islámica terminan de evidenciar no solo el equilibrio entre los componentes cristianos y andalusíes, sino también que este recinto puede interpretarse como el primer ejemplo documentado de esa fusión entre la forma qubba y la bóveda estrellada que, estudiada por el profesor Ruiz Souza[30], se produce en la Corona de Castilla al final del medievo.

Real Convento de Santo Domingo. Capilla Mayor.


El uso de los terceletes para generar formas estrelladas en esta capilla de San Juan de los Caballeros resulta, por otra parte, anterior a los ejemplos que conocemos en Sevilla: la sacristía de la Cartuja de las Cuevas es algo posterior a esta obra[31], como también la capilla mayor del Convento de Santiago de la Espada. En uno y otro cenobio hay elementos suficientes como para verificar la presencia de maestros procedentes de Jerez: dado que en la capital de la archidiócesis la tradición arquitectónica se había interrumpido, y toda vez que Isambaert y Carlín no habían hecho todavía acto de presencia para el proyecto de la Magna Hispalensis, si se quería levantar obras de cierto empaque había que acudir allí donde había talleres en plena actividad. Recientemente David Caramazana ha estudiado cómo Diego Fernández trabaja durante un tiempo en Sevilla, donde llegará tomar contacto con Isambaert, y con ello ha propuesto la existencia de “una única personalidad creativa trabajando para la élite civil y eclesiástica de ambas ciudades (Jerez y Sevilla) entre 1386 y 1437”[32]. Coincidiendo con esta interpretación, no nos parece disparatado ver su mano en las obras hispalenses citadas.

Alonso Benítez es otro sobrino de Fernán García, a quien sustituyó en la alcaldía del alarifazgo jerezano en 1433[33]. Continuó desempeñando el cargo hasta 1464, y a él nos atrevemos a atribuirle las grandes reformas de las parroquias de San Dionisio y San Lucas –todavía enmascarada por yesos barrocos la segunda, discutiblemente intervenida la primera–, así como Nuestra Señora de la O de Sanlúcar de Barrameda, todas ellas iglesias de tres naves que, de manera por completo inusual en tierras andaluzas, se deciden por ornamentar la rosca de los formeros. Lo hacen con angrelados, trilóbulos y puntas de diamante respectivamente, evidenciando el triple vínculo de este taller jerezano: con el mundo andalusí, con las novedades del tardogótico y con la antigua tradición castellana. En San Dionisio la creatividad se desbordará a la hora de ornamentar: los pilares con gruesos baquetones entrelazados, los capiteles con mocárabes y diversas lacerías. El conjunto se completa con la culminación a mediados de siglo de la Torre de la Atalaya con vistas a ubicar en ella el primer reloj mecánico de ciudad[34]. Aunque sea iniciativa municipal, la identidad de sus formas con las del templo salta a la vista. También lo hace la diversidad de su vocabulario: netamente mudéjar –y de apreciable exuberancia en uso del entrelazo– para el cuerpo inferior, tardogótico –arcos conopiales, cardinas, trilóbulos– para el superior. Elementos todos ellos entremezclados en la portada de la citada iglesia sanluqueña, en la que la adición de paños de sebka, canecillos y emblemas heráldicos vuelve a dejar claro tanto el carácter creativo de los maestros como la desprejuiciada sensibilidad –desde los resabios del románico hasta las formas flamígeras, pasando por la herencia andalusí– de los comitentes.

La originalidad de estos maestros queda igualmente de manifiesto en la capilla bautismal de San Marcos, una qubba cubierta por una cúpula gallonada que remite a las que hay en la Alhambra, dos en la Puerta de las Armas –primitivo acceso desde la ciudad– y otra en la conocida como puerta de la Rauda, pero que pudiera quizá contar con algún referente más cercano; la ubicación de un merlón escalonado en el interior de cada uno de los gallones no conoce paralelo alguno.

San Marcos. Zócalo de alicatado.

A partir de los años treinta del Cuatrocientos se comienza a levantar la nueva gran nave del Real Convento de Santo Domingo, en la que se imponen visualmente los dientes de sierra revistiendo todas las nervaduras y el largo espinazo –lejana herencia burgalesa– que va uniendo las claves. Columnillas suspendidas para que descansen los nervios, largas hileras de puntas de diamante uniendo sus capiteles, mocárabes colgando de las claves, angrelados en los arcos formaletes, terceletes para trazar un diseño estrellado en la cabecera y trompas de arista viva en los ángulos conforman una particular sintaxis que se va a repetir en diferentes capillas jerezanas: la de los Suárez de Toledo y la bautismal de San Mateo, la de Lorenzo Fernández de Villavicencio hijo en San Lucas, la de los Zarzana en San Juan –rehecha a finales del siglo XIX– la de la Paz en Santiago. Todas ellas debieron de levantarse en las décadas centrales de la centuria[35], lo mismo que la capilla mayor de la parroquia del Divino Salvador de Vejer de la Frontera, obra jerezana que rivaliza en la complejidad de sus bóvedas con el presbiterio de Santo Domingo[36].

A lo largo de los últimos años se han ido descubriendo una serie de restos pictóricos tanto en bóvedas –capilla bautismal en San Mateo, Villavicencio en San Lucas y de la Jura en San Juan, presbiterio de la iglesia vejeriega– como en zócalos –detrás del retablo mayor de San Marcos– que se corresponden con lo que Carmen Rallo Gruss denomina “pintura mudéjar” o “de lo morisco”[37], pero combinados con retablos pictóricos de corte italianizante como el que aún se conserva en Santa María de Arcos de la Frontera, cuya fábrica tardogótica reaprovecha los paños de una capilla mayor que había sido levantada por los maestros que habían trabajado en Santo Domingo. Tanto en San Marcos de Jerez como en Nuestra Señora de la O de Sanlúcar de Barrameda se han conservado fragmentos de nimbos que delatan la existencia de retablos similares[38].

 

Sanlúcar de Barrameda. Nuestra Señora de la O. Portada Occidental.


La utilización de yeserías con diseños mudéjares y epigrafia no exenta de errores ortográficos[39] completa un panorama en el que formas arcaizantes y formas renovadoras, tradiciones del mundo cristiano y herencias del mundo andalusí, nos hablan de un taller cuyo eclecticismo va acompañado de una gran habilidad a la hora de combinar los modelos a su disposición. Un taller que va a dinamizar el panorama arquitectónico del Bajo Guadalquivir en un periodo en el que la tradición local se encuentra estancada, y que llega incluso a adelantarse con respecto al resto del territorio andaluz a la hora de jugar con elementos como son las formas flamígeras y, sobre todo, el diseño de bóvedas con terceletes. Pero la erección de la Magna Hispalensis no tardará en hacerse notar: en los años sesenta del siglo XV, la llegada a la alcaldía del alarifazgo de Alonso Rodríguez “el viejo” y el arranque de las obras de la Cartuja de la Defensión y la parroquia de San Miguel borrará toda huella mudéjar de la arquitectura religiosa –no así de la civil– y supondrá el triunfo rotundo, incuestionable y duradero del tardogótico.

 

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[1] D. ANGULO ÍÑIGUEZ, Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XII, XIV y XV, Sevilla, 1932.

[2] M. ESTEVE GUERRERO, Jerez de la Frontera, Guía oficial de arte, Jerez de la Frontera, Jerez Gráfico, 1933, 2ª ed., 1952

[3] R. CÓMEZ RAMOS, Las empresas artísticas de Alfonso X El Sabio, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1979.

[4] B. PAVÓN MALDONADO, Jerez de la Frontera: Ciudad Medieval. Arte islámico y mudéjar, Madrid-Barcelona, Asociación Española de Orientalistas, 1981.

[5] C. GARCÍA PEÑA, Arquitectura gótica religiosa en la provincia de Cádiz. Diócesis de Jerez, Tesis doctoral, inédita, Universidad Complutense de Madrid, 1990.

[6] F. LÓPEZ VARGAS-MACHUCA, «Notas en torno a los espacios funerarios de la aristocracia en la arquitectura medieval jerezana», Revista de Historia de Jerez, 5, Jerez de la Frontera, 1999, pp. 71-85. ÍDEM, «En torno a la cronología del templo de San Dionisio de Jerez de la Frontera», Archivo Español de Arte, 287, 1999, pp. 345-349.

[7] H. SANCHO DE SOPRANIS, Introducción al estudio de la arquitectura en Xerez [1934], Jerez de la Frontera, PeripeciasLibros, reed. 2015.

[8] J.M. GUERRERO VEGA, Espacio y construcción en la arquitectura religiosa medieval de Jerez de la Frontera (s. XIII-XV), Universidad de Sevilla, 2019.

[9] D. Angulo, op. cit., pp. 160-162.

[10] H. Sancho de Sopranis, «Un monumento mudéjar poco conocido de la Baja Andalucía: Santa María de la O de Sanlúcar de Barrameda», Mauritania, 184, 1943, pp. 75-79.

[11] J. Jácome González y J. Antón Portillo, «La Capilla ‘de la Jura’, de San Juan de los Caballeros, de Jerez de la Frontera: entre la épica y la realidad histórica», Revista de Historia de Jerez, 13, 2007, pp. 183-212.

[12] J.M. Guerrero Vega, op. cit., pp. 274 y ss.

[13] J.E. O’Callaghan, El rey Sabio, El Reinado de Alfonso X de Castilla, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1996, pp. 225 y ss. M.A. Borrego Soto, La revuelta mudéjar y la conquista cristiana de Jerez (1261-1267), Jerez de la Frontera, PeripeciasLibros, 2016.

[14] Para todo lo referente a las circunstancias de la repoblación, M. González Jiménez y M. González Gómez, El libro del Repartimiento de Jerez de la Frontera, estudio y edición, Cádiz, Instituto de Estudios Gaditanos, Diputación Provincial de Cádiz, 1980.

[15] F. López Vargas-Machuca, «Un ejemplo de reutilización y asimilación de la arquitectura almohade: la iglesia del Convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera», El Mediterráneo y el Arte Español. Actas del XI congreso del CEHA (Valencia. Septiembre 1996), Valencia, 1998, pp. 27-30.

[16] R. Cómez, op. cit., pp. 113 y ss.

[17] A. Jiménez Martín, «Arquitectura gaditana de época alfonsí», en Cádiz en el siglo XIII, Jornadas conmemorativas del VIII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, Universidad de Cádiz-Diputación Provincial de Cádiz, 1983, pp. 135-159.

[18] Ibidem.

[19] R. Cómez, op. cit., p. 117.

[20] F. López Vargas-Machuca, «En torno a la arquitectura gótica andaluza en el siglo XIII: el caso de Jerez de la Frontera», en M. González Jiménez (coord.), Sevilla 1248. Actas del Congreso Internacional Conmemorativo del 750 Aniversario de la Conquista de la Ciudad de Sevilla por Fernando III, Rey de Castilla y León (Sevilla, 1998), Sevilla, Centro de Estudios Ramón Areces, 2000, pp. 949-960.

[21] F. López Vargas-Machuca, «Una dovela de la primitiva capilla mayor de San Dionisio», Revista de Historia de Jerez, 20-21, 2017-2018, pp. 243-250.

[22] J.M. Guerrero, op. cit., pp. 84 y ss.

[23] J.M. Guerrero, op. cit., pp. 206 y ss.

[24] B. Pavón, op. cit., pp. 21 y 22.

[25] D. Caramazana Malia y M. Romero Bejarano, «Nuevos datos de la escultura funeraria en Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media. Las laudas flamencas de San Juan de los Caballeros», Estudios sobre patrimonio, cultura y ciencias medievales, 8, 2016, pp. 195-218.

[26] R. Cómez, op. cit., pp. 92 y ss.

[27] F. López, “Una dovela…”, op. cit.

[28] F. López Vargas-Machuca, «Reflexiones sobre la llegada del gótico a Jerez y sus vínculos con Córdoba», Revista de Historia de Jerez, 18, 2016, pp. 41-82.

[29] Ibidem.

[30] J.C. Ruiz Souza, «La planta centralizada en la Castilla bajomedieval: entre la tradición martirial y la qubba islámica. Un nuevo capítulo de particularismo hispano», Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, 13, 2001, pp. 9-36.

[31] A.J. Morales Martínez, «Proceso histórico y desarrollo arquitectónico de la Cartuja de Santa María de las Cuevas», en Historia de la Cartuja de Sevilla, Sevilla, Turner, 1989, pp. 161-177.

[32] D. Caramazana Malia, «Diego Fernández y Jehan Ysambart en el origen de la catedral gótica de Sevilla (1433-1434)», Boletín de Arte, 41, 2020, pp. 265-268.

[33] M. Romero Bejarano, y R. Romero Medina, «Un lugar llamado Jerez. El maestro Alonso Rodríguez y sus vínculos familiares y profesionales en el contexto de la arquitectura del tardogótico de Jerez de la Frontera», en Jiménez Martín, A. (ed.) La Catedral después de Carlín, XVII edición del Aula Hernán Ruiz, Sevilla, Catedral de Sevilla, 2010, pp. 174-288.

[34] M. Romero Bejarano, La arquitectura militar en Jerez durante el siglo XVI, Jerez de la Frontera, Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, 2008.

[35] F. López Vargas-Machuca, «San Mateo en la Edad Media: propuestas interpretativas», en Jiménez López de Eguileta, J. (ed.), La parroquia de San Mateo de Jerez de la Frontera. Historia, Arte y Arquitectura, Murcia, Universidad de Murcia, 2017, pp. 193-241.

[36] F. López Vargas-Machuca, «La irradiación del gótico-mudéjar jerezano: el Divino Salvador de Vejer de la Frontera», en F. Pérez Mulet, (dir.) y F. Aroca Vicenti, (coord.), Nuevas aportaciones a la Historia del Arte en Jerez de la Frontera y su entorno, Actas Historia y Arte, Cádiz, Editorial UCA, 2016, pp. 17-48.

[37] C. Rallo Gruss, Aportaciones a la técnica y estilística de la pintura mural en Castilla a final de la Edad Media. Tradición e influencia islámica, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2002.

[38] F. López Vargas-Machuca, «Fragmento de pintura mural gótico-mudéjar», La Pieza del Mes, septiembre de 2019, Museo Arqueológico Municipal de Jerez / Asociación de Amigos del Museo, https://www.jerez.es/fileadmin/Image_Archive/Museo/Pintura_Mural_Gotico_Mudejar.pdf

[39] M. A. Borrego Soto, «Dintel o jamba decorada, Iglesia de San Dionisio», La Pieza del Mes, mayo de 2021, Museo Arqueológico Municipal de Jerez / Asociación de Amigos del Museo, https://www.jerez.es/fileadmin/Image_Archive/Museo/Jamba_o_Dintel_San_Dionisio_1.pdf

jueves, 23 de noviembre de 2023

Asqueado

Es preocupante que Diario de Jerez publicara, al margen de su más que dudosa calidad literaria y de su extremadamente vulgar sentido del humor, los artículos que conforman este libro. Lo es también que su propio autor haya decidido pasarlos –en autoedición– a este formato, como segundo volumen de sus Jerezanos bizarros. Porque una cosa es el admirable género del humor sarcástico aplicado a las figuras e instituciones públicas, a determinados comportamientos o a cualquier ideología –algo necesario en toda democracia que se precie como manera de hacer crítica o de mover a la reflexión–, y otra muy distinta ofrecer retratos paródicos extremadamente soeces de compañeros de profesión, en este caso historiadores del arte, que solo son comprendido por quienes nos dedicamos a esta actividad; retratos que tienen como intención herir íntimamente a la persona, ridiculizarla ante su círculo de colegas, conocidos y amigos, dejarla aislada y reforzar el liderazgo grupal –a la maneras del chulito de la clase que hace bullying a quien es diferente– al que aspira el caricaturizador.

Pero lo verdaderamente grave del asunto es que varios historiadores, historiadores del arte y personas del mundo de la cultura que son por completo conscientes –me consta– de que esas agresivas parodias están ahí han decidido aplaudir el resultado. Unos participando directamente en el evento, otros pregonando las virtudes del producto en redes sociales, algunos simplemente haciendo like para demostrar su adhesión. Porque todos ellos, de una manera u otra, así están apoyando de una manera plena la dinámica interpersonal que ha establecido desde hace años este señor en Jerez, un Manuel Romero Bejarano que –en lo que al plano profesional se refiere– ha confundido el género del estudio histórico con la simple acumulación de documentos sazonados con gracietas y chascarrillos por completo impropios del método científico. Dinámica interpersonal, decía, que se basa en exigir adhesión plena a sus dictados y apartar a cualquiera que siga su camino. Ya saben ustedes que yo he sido una de sus últimas víctimas, pero no precisamente la única.

El daño humano que este señor ha hecho es enorme. Pero lo es también el daño profesional, porque ha conseguido arrinconar a muchas personas al tiempo que se ha volcado en la autopromoción más descarada y en la ayuda a quienes les ríen incondicionalmente las gracias. Los historiadores que le aplauden, no sé muy bien si buscando la cómoda sombra de quien tiene el poder –actividades programadas por el Ayuntamiento–, si las facilidades de su editorial para publicar sus libros o, simplemente, no ser señalados por el dedo del césar, quedarán en el futuro como activos colaboradores en el mantenimiento de la podredumbre que en la actualidad gangrena los estudios históricos en Jerez. Me siento asqueado.

miércoles, 26 de octubre de 2022

A palabras necias...

Es hora de realizar una aclaración.

Iba a replicar a las últimas interpretaciones de Miguel Ángel Borrego Soto sobre las edificaciones previas en el Real Convento de Santo Domingo. Finalmente, he decidido no hacerlo. Nunca.

¿Por qué? Porque con este señor no se puede establecer un debate científico serio. No se puede debatir con quien manipula los datos dejando a un lado aquellos que no interesan y poniendo en primer plano otros faltos de solidez, por no decir abiertamente equivocados.

Este artículo cuyo enlace aquí coloco me parece un perfecto testimonio de lo que es ser un mal historiador. Pongo solo dos ejemplos. Uno, desear ver un claustro mudéjar en un edificio de tapial rematado por merlones claramente defensivos: el mudéjar no usa tapial, sino ladrillo y -en el caso de Jerez- piedra, mientras que los merlones mudéjares son siempre decorativos, de perfil escalonado. Dos, decir que el padre Rallón recogía una tradición falsa sobre la existencia de una “mezquitilla” usada como templo primitivo por los predicadores, de la misma manera que lo hacía con la supuesta misa de San Pedro González Telmo para la comunidad dominicana en Jerez. Cualquier historiador mínimamente serio sabe no confundir tradiciones piadosas que se transmiten para prestigiar una fundación con aquellas que, igualmente en tradición oral, no encuentran otra explicación que partir de una realidad más menos bien interpretada -en el caso jerezano no hubo “mezquitilla”, sino morabito-.

Hace algunas semanas me escribió un reconocido arqueólogo de otras latitudes, alarmado por las cosas que anda escribiendo Miguel Ángel Borrego sobre Santo Domingo. Me dio un consejo que voy a seguir: dejar de contestarle. Este señor, sencillamente, no es un historiador serio. Independientemente de sus ínfulas y de sus deseos de marcar territorios exclusivos, juega con las cartas marcadas. Un trilero, para entendernos. Y con un tramposo no se puede debatir, porque por mucho que tú le pongas delante argumentos cuidadosamente razonados, mirará a otro lado y se montará su propia película, que es justo lo que aquí ha estado haciendo.

Se acabó de hacerle caso a este señor. A los historiadores mediocres que mistifican la investigación lo mejor es no leerles y no citarles. Diré más: el señor Doctor en Filología está haciendo daño a la investigación en Jerez por la escasa seriedad de sus trabajos. Me consta de personas responsables que ponen muy en entredicho las teorías de sus dos libros más difundidos, el de la capital itinerante y el de la revuelta mudéjar. Confieso que a mí “me la coló”, pese a que desde el principio pillé el plagio a O’Callaghan en el segundo de ellos. Ahora me replanteo seriamente las cosas: si en lo que tiene que ver con la historia del arte manipula las cosas como está haciendo, no se puede descartar que en lo que se refiere a la fecha de la conquista y a los orígenes de la ciudad haya hecho lo mismo. Simplemente, los que ni leemos árabe ni conocemos bien la bibliografía de esos temas no hemos “pillado los trucos” que podría haber utilizado.

En definitiva, en todas sus investigaciones hay que partir de cero y examinar seriamente todas las fuentes. ¿El problema? El eco que sus trabajos están alcanzando gracias a los lazos establecidos con PeripeciasLibros, más su posición en el CEHJ y en la Revista de Historia de Jerez: quienes quieren seguir publicado en ella tiene que cuidarse muy mucho de contradecir sus investigaciones, porque ya ha demostrado que no piensa dejar títere con cabeza que le lleve la contraria (pregúntele si no a Esperanza de los ríos por el tema de los Llanos de San Sebastián).

Lo dicho: este señor está haciendo mucho daño, y lo seguirá haciendo. Con estas líneas yo hago lo que tengo que hacer: poner punto y final al asunto y olvidar a este señor y sus trabajos por siempre jamás.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Sobre la vergüenza

Recibí ayer por la tarde el pantallazo de un mensaje que ha escrito Miguel Ángel Borrego Soto, entiendo que a raíz de este texto que publiqué en el blog, acerca de mi persona. La gravedad de lo escrito es tal que me veo obligado a realizar una serie de comentarios. Punto por punto.


PRIMERO

Comienza llamándome “personaje”.

Pues vale.

 

SEGUNDO

Dice que llevo “queriendo subirme al carro ocho años”.

¿Qué carro? ¿El de las investigaciones sobre la mezquita de Sharis, que se supone él echó a andar? Miren ustedes: lo que Borrego y José María Gutiérrez hicieron fue identificar con incorrección unos restos junto a la Plaza del Arroyo, correr al periódico para decir que habían descubierto la mezquita y aprestarse a conseguir del obispado un permiso de investigación. Luego vino el jarro de agua fría: los historiadores del arte siempre habíamos sabido que la aljama estaba en la Encarnación. Sin embargo, ellos consideraron no solo que lo que habían hecho, equivocarse, era “echar a andan un carro”, sino que les otorgaba la exclusiva. Es como si Alberto Ruiz Gallardón, cuando descubrió “un Goya como la copa de un pino” en la Puerta del Sol, al recibir la noticia de que el lienzo era un Maella perfectamente conocido y catalogado hubiese dicho que él había animado a investigar sobre los cuadros colgados en las paredes del ayuntamiento madrileño. No, señores míos, meter la pata hasta el corvejón no es echar a andar carro alguno.

 

TERCERO

“Nunca ha pintado nada en el asunto”, dice de mí.

¿En qué asunto? ¿En la investigación en general? ¿En el conocimiento de la aljama de Sharis? Lo que yo he hecho es dar algunas ideas, algunas pinceladas en una conferencia y en este blog. He “pintado” eso, pinceladas, que podrían ser de utilidad y que se ofrecen desde un campo que es el de la Historia del Arte. Aportar algo, desde mis pobres conocimientos, a un tema que necesita un enfoque pluridisciplinar y mucha colaboración entre todos los que sepamos de cada una de las parcelitas –desde la fundamental Arqueología hasta la Filología en la que él es doctor, pasando por la Historia, la Diplomática, la Geografía y no sé cuántas cosas más– por las que se extiende un tema en el que todos estamos aún empezando a saber algo. Por cierto, él no ha realizado ni una sola aportación científica válida sobre la aljama de Sharis, salvo quizá intuir lo del depósito de agua bajando hacia el Arroyo.

 

CUARTO

“Ante su falta de datos tenga que fantasear, mentir, insultar y difamar a quien haga falta”.

Miren ustedes, me tomo la investigación muy en serio y jamás he recurrido a una sola mentira, a un solo insulto ni a una sola fantasía en mis publicaciones científicas. Todas ellas están ahí, al alcance del lector. Tampoco omito de manera voluntaria bibliografía relevante. Me habrán salido mejor o peor, pero en eso creo ser extremadamente riguroso. Cojan cualquiera de mis libros o artículos y vean cómo trato a los demás investigadores, a los que son de mi cuerda y a los que no, a aquellos con los que me llevo bien y a aquellos con los que no me llevo. Queda invitado el lector a confirmar si lo que digo es cierto. Mucho me temo que otros investigadores no actúan así: en el campo de la Historia del Arte he llegado a escuchar cosas como "a ese no le cito porque no me da la gana".

 

QUINTO

“Hace lo mismo con mucha otra gente, para conseguir que se hable de él continuamente”.

¿Con qué gente, exactamente? ¿Tal vez con unos amigos suyos, con los que sigue colaborando, que me engañaron para sacarme los cuartos? ¡Como si un ciudadano de un estado democrático no tuviera derecho a denunciar públicamente una estafa! Y no, no me interesa que “se hable” de mí. Lo que me interesa es investigar en paz, cosa que no estoy consiguiendo porque tengo que ocuparme de escribir estas líneas.

Debo recordar que todo este enfrentamiento lo comenzó él cuando me acusó de haber robado datos a Gonzalo Castro para presentarlos en una conferencia –ya dije que Gonzalo me ofreció esos datos, mínimos, con todo el beneplácito del mundo para que los presentara en la charla–. Luego la bola ha ido rodando. Yo siempre había sabido que Borrego se había presentado en Jerez como descubridor de unas ideas, las de la fecha de la conquista y la importancia de la revuelta mudéjar, que pertenecían a Joseph O’Callaghan; lo sabíamos todos, pero habíamos callado porque no queríamos polémica. Él fue quien destapó la caja de los truenos.

 

SEXTO

“Me acusó (falsamente, claro) de apropiarme de ideas de Joe (perdón con la familiaridad con mi amigo)”.

Bueno, como parece que el pobre de Joe O’Callaghan era amigo suyo, queda claro por qué el norteamericano no se fue a los tribunales. Porque la apropiación es tan flagrante que no se le pueden dar más vueltas al asunto. No volveré sobre el tema. 

 

SÉPTIMO

“Me acusó por el simple placer de hacer daño”.

No, no he denunciado sus “intertextualizaciones sin citar” de O’Callaghan para hacerle daño, sino para defenderme. Si él me acusa de robar ideas a otro (Gonzalo Castro), mi deber es dejar claro que el acusador lo hace para usar la “técnica del ventilador”: si uno ya es conocido en el mundillo por su tendencia a tomar ideas sin pedirlas prestadas, una manera de disimular es esparcir alrededor la “contaminación”. Está más visto que el tebeo, sobre todo en el mundo de la política. Nunca saqué lo de O’Callaghan hasta que el propio Borrego Soto me obligó a ello.

 

OCTAVO

“Fue uno de los que se coló nocturna y alevosamente en aquel bendito solar acompañado de otros historiadores y colegas”.

Lo cierto es que acudimos de día, no de noche. Por otra parte, según la RAE perfidia es “Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente.” Ningún delito cometimos allí. Ni tampoco “nos colamos”. A nosotros nos invitó y acompañó nada menos el deán de la catedral: solo el obispo tiene más autoridad que él en este asunto. Y si la diócesis, que es la propietaria, considera oportuno invitar a una serie de historiadores e historiadores del arte para que emitiésemos nuestra opinión, estaba en su pleno derecho a hacerlo.

Diré más: hizo bien, porque ese “permiso de investigación”, que –hay que dejarlo bien claro– no era un permiso de intervención, se lo habían dado a un Doctor en Filología, señor Borrego, y a un arqueólogo, señor Gutiérrez. Nada que ver con la Historia y el Arte. Es sensato que quisieran una segunda y una tercera opinión. También es lógico que los que nos dedicamos a eso del medievo quisiéramos satisfacer nuestro interés –como investigadores que somos– en un momento en el que la Casa del Abad había quedado deshabitada y esperando obras, y en el que por tanto ya eran visibles cosas que antes no se podían ver. De haberse concedido una “exclusiva”, la mayoría de los investigadores jerezanos hubiésemos quedado completamente al margen de lo que allí se hacía y, por tanto, cualquier posible contribución hubiera sino inútil.

Quede claro: si Borrego y Gutiérrez exigieron la llave no era "por motivos de seguridad", sino para asegurarse de que nadie más viera lo que allí había. Especialmente  para que no lo hiciera alguien que, al contrario que ellos en la Plaza del Arroyo, sí supiera interpretar los restos. 

 

NOVENO

“Acompañado de otros historiadores que han terminado, a saber por qué, retirándole la palabra y mofándose de él a través de la difusión de memes suyos por las diferentes redes sociales (él mismo lo reconoce y lamenta)”.

Una aclaración en lo que se refiere al orden de los acontecimientos. Esos historiadores –la mayoría de los cuales también fueron invitados a ver la Casa del Abad, ciertamente– primero se reían con los memes que fabricaba y les enviaba Manuel Romero Bejarano durante uno o dos años; y luego, cuando descubrí lo que habían estado haciendo y me enfadé con ellos (¡faltaría más!), fue cuando dejamos de hablarnos.

Lo destacable, en cualquier caso, es que sacar este asunto a colación –sobre él, efectivamente, ya he hablado en este mismo blog– en un lugar semipúblico como es Facebook pone en evidencia el perfil personal y las cualidades morales de D. Miguel Ángel Borrego Soto, Señor Director del Colegio del Beaterio. No hay más preguntas, señoría.

 

DÉCIMO

“¡Y que se permita el lujo de hablar de mi supuesta mala praxis científica quien además justifica a un conocido plagiador!”

Se refiere a estas líneas mías:

“El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego.”

Cualquier persona con un poco de materia gris puede entender lo que ahí he escrito. Parece que Borrego Soto no. O más bien, no quiere entenderlo.

 

UNDÉCIMO

“¡Qué vergüenza!”, termina diciendo.

Pues miren ustedes, vergüenza son otras cosas.

Por ejemplo, lanzar falsos descubrimiento en una materia, la Historia del Arte, en la que se carece de suficiente formación académica.

Publicar los libros propios gratis gracias al dinero obtenido cobrando a autores jóvenes por editar los suyos.

Creerse la única persona con derecho a escribir sobre una temática determinada.

Utilizar el cargo de director de una revista científica para rechazar, con secos modales, artículos que vienen de personas que no son de su círculo, para así garantizarse el “coto privado de caza”.

Confundir a los aficionados a la cultura transmitiendo a sabiendas información equivocada para no reconocer un error serio en las propias investigaciones.

O intentar montar un chiringuito con presupuesto de muchos ceros y pretender ser su director no solo para “pasar a la Historia”, sino también para decidir quién participa y quién no, es decir, quien cobra y quién se queda fuera.

Eso sí que es una vergüenza.

sábado, 17 de septiembre de 2022

El Llano de San Sebastián es Cristina, o un debate que nunca se debería haber producido

Igual que Miguel Ángel Borrego Soto hace público que, en su opinión, mi texto sobre las dimensiones de la aljama de Sharis no tiene calidad –yo me enorgullezco de haberlo publicado y no cambio una sola coma–, por mi parte confieso que su último artículo sobre el antiguo convento de Santo Domingo me parece muy triste: este señor dispara en todas direcciones con teorías inconsistentes y/o contradictorias entre sí, a diestro y siniestro, con la esperanza de que alguna bala me alcance. Sus publicaciones no solo no hacen avanzar la investigación, sino que contribuyen a mistificar las cosas y a traer confusión a las personas que no son –ni tienen por qué ser– especialistas en la materia. 

El punto más sangrante es el referente a la localización del Llano o los Llanos de San Sebastián, que se empeña en localizar en la Plaza Aladro agarrándose esta vez a un plano del Centro Cartográfico del Ejército correspondiente al siglo XVIII (lean su entrada en el siguiente enlace).

Volvamos a la Historia de Xerez del Padre Rallón. Transcribo esta vez de la edición de 2002 firmada por Emilio Martín Gutiérrez. Página 147:

“(…) Jácome Adorno, caballero genovés, edificó una capilla para Nuestra Señora de Consolación casi en el comedio de la iglesia (…). Está a la parte de la epístola, y enfrente de ella, en la del evangelio, se abrió un grande arco del cual comienza otro pedazo de iglesia hasta la que fue capilla mayor y mezquita de los moros, que hoy se llama capilla de San Pedro (…), de modo que hace otra segunda iglesia, y tiene como capilla mayor la de Nuestra Señora de Consolación”.

Con independencia de que “la que fue capilla mayor y mezquita de los moros” fuese una qubba islámica de carácter religioso y/o funerario –que es lo que yo sostengo– o un molino de aceite o un depósito de agua –Borrego Soto–, el fraile dominico describe lo que está viendo con sus propios ojos allá por 1666: ese edificio al que se refiere se encuentra al final del arco que está enfrente de la Capilla de Consolación y que se abre en el lado del evangelio. O sea, se encuentra en Cristina.

¿Y cómo se llamaba ese espacio cuando escribe Rallón? Nos vamos unas páginas atrás, a la 144 de la edición antes referida.

“(…) los religiosos predicadores comenzaron un edificio corto e hicieron su iglesia, que hoy se conserva, valiéndose de la mezquita que está en forma de fortaleza con sus almenas para capilla mayor, corriendo una iglesia pequeña que es hoy bodega y hace cara a la plaza que llamamos el llano de San Sebastián (…)”.

Una vez más dejamos a un lado si Rallón se confunde al interpretar el edículo “que está en forma de fortaleza con sus almenas” como una mezquita. Lo que en este momento concreto me interesa señalar es que ese espacio en el que se alzaban el templete y la pequeña iglesia que corre a su lado, perfectamente visibles en Van den Wyngaerde –que dibujaba un siglo atrás, en 1567–, se llamaban Llano de San Sebastián cuando escribía nuestro autor, en el segundo tercio del XVII.

 


¿Y el plano del Centro Cartográfico del Ejército, que es del siglo XVIII? Seguro que muchos lo han adivinado: en el momento en que el inmenso Llano de San Sebastián, que iba desde la Puerta de Sevilla hasta la Avenida, queda dividido en dos partes por la construcción de la gran manzana que hoy ocupa el Palacio Domecq, es necesario recoger una denominación diferenciada para cada espacio: por la cercanía, a Cristina le ponen “Llano de Santo Domingo” y Aladro se queda con San Sebastián aunque el hospital del mismo nombre había estado junto a San Juan de Letrán. Sin embargo, la denominación primitiva quedará para siempre en el recuerdo. Lean lo que escribe Agustín Muñoz y Gómez en Calles y Plazas de Xerez (transcribo del facsímil de la edición de 1903, páginas 204-205):

“Antes no existían las tres manzanas de casas comprendidas entre las calles de Guadalete, Sevilla, Eguiluz y San Sebastián de hoy, pues las construcciones de ellas no pasan del siglo pasado, y así el llano de San Sebastián comprendería un perímetro extenso donde se corrían toros y se jugaban cañas, manejos y alcancías en el día de San Sebastián.”

En fin, lo que he dicho otras veces: este debate nunca debería haber existido. Todo ha partido de un error de identificación, voluntario o involuntario, a partir del cual construir una serie de hipótesis para demostrar que yo erré en mis interpretaciones y que aquellos restos de la mezquitilla y el convento dominicano inicial no estaban en Cristina sino en Aladro, y que por ende la qubba que dibuja Wyngaerde sería “otra cosa”. ¿Ven ustedes la consecuencia de empeñarse en hacer “grandes descubrimientos” y/o de revelar lo mucho que nos equivocamos los otros? La consecuencia es crear debates sin sentido y mistificar nuestro conocimiento del pasado.

Otro día hablamos del “descubrimiento” realizado por el Doctor Borrego Soto de que la fortificación de Los Claustros era una obra mudéjar (¡de tapial y con almenas defensivas, manda narices!) y de otras cosillas más que también están enredando la madeja. De momento, les dejo –con pleno permiso de la autora– algunas páginas de Esperanza de los Ríos sobre los Llanos de San Sebastián, tomadas de su libro sobre Antón Martín Calafate y Diego Moreno Meléndez. Confío en que estas sirvan de una vez por todas para que no se sigan difundiendo más errores sobre nuestro sufrido callejero.





La imagen de Cristina, tomada de Jerezplataforma - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11148251

viernes, 9 de septiembre de 2022

Lo que hay detrás de la polémica

Me gustaría que el lector que haya estado atento a la polémica entre Miguel Ángel Borrego Soto y un servidor fuera consciente de que, a mi modo de ver, por parte del citado investigador no ha existido una verdadera intención de abrir un debate científico en torno a los edificios preexistentes en el lugar donde la comunidad dominicana se instaló tras la conquista de Jerez de la Frontera. Me parece que se trata, en realidad, de una cuestión personal que me veo obligado a detallar por escrito.

En el año 2013 fui invitado a realizar una visita a la conocida como Casa del Abad por parte del deán de la Catedral, D. Antonio López, en compañía de otros historiadores e historiadores del arte jerezanos, toda vez que ya existía por parte del obispado la intención de realizar un proceso de rehabilitación de un inmueble en el que, como todos sabíamos –el despiece de un gran arco apuntado de cantería siempre ha sido visible desde el exterior– podía albergar restos asociados a lo que había sido la aljama de Sharis. Entonces nos limitamos a realizar una valoración que satisfizo nuestra curiosidad y corroboró al obispado el interés por realizar las obras. Nada más.


Lo que ocurre es que meses antes el señor Borrego Soto había presentado un proyecto de intervención mediante el cual, según él mismo cuenta aquí, la diócesis ponía a su disposición las llaves del local. La circunstancia que él relata acerca de que había otras llaves, cuya existencia nos permitió a los demás visitar los restos, pone en evidencia la “intrahistoria” del asunto: que creía poseer una especie de exclusividad para que sólo él y sus allegados pudiesen visitar los restos. Sería interesante conocer exactamente los términos de lo firmado, toda vez que sería en 2015 cuando –lo narra él mismo– se tomó una decisión negativa frente a todos los proyectos que se habían presentado, por el alto coste de los mismos. Vamos, que lo que se había otorgado en 2013 era un permiso para investigar: ni se aprobó un proyecto de intervención, ni se concedió exclusividad alguna.

Por las mismas fechas en que se firmaba el documento mencionado, Borrego Soto había proclamado a los cuatro vientos que él y José María Gutiérrez habían descubierto los restos de la aljama junto a la Plaza del Arroyo. Ahora reconoce y asume el error, pero queda claro que por aquel entonces, cuando se firmaba la “entrega de llaves”, ninguno de los dos investigadores citados conocía la bibliografía básica que dejaba claro que la aljama se situaba en la actual Plaza de la Encarnación; lo sabíamos todos los historiadores del arte, mas ellos no. Equivocarse se equivoca cualquiera, pero con esas bases científicas y siendo Doctor en Filología, que no arqueólogo ni historiador del arte, aspirar a ser coordinador de un proyecto de semejante envergadura resultaba atrevido. El considerable despiste con que a lo largo de los últimos meses Borrego ha manejado la documentación gráfica y escrita para elaborar una serie de teorías nuevas sobre los restos de Santo Domingo que mencionábamos al principio no hacen sino confirmar lo que ya entonces era evidente: este señor nunca ha poseído el perfil adecuado para coordinar dicha rehabilitación.

Lo cierto es que el citado investigador no solo no ha perdonado –si es que había algo que perdonar– a quienes accedimos aquel día a la Casa del Abad, sino que se ha ofendido cada vez que alguien se ha atrevido a escribir sobre un tema que él creía ya de su exclusividad y que quizá le permitiría pasar a la historia como “descubridor de la aljama de Sharis”. Es justo lo que ocurrió con el estudio de Javier Jiménez y Pablo Pomar titulado “La Colegiata medieval de San Salvador de Jerez de la Frontera” presentado en el congreso Jerez, 1264: aunque nada en su texto hace referencia al interior de la Casa del Abad, Borrego consideró este trabajo como una intromisión en un terreno que consideraba suyo. Lo mismo ocurrió tras mi conferencia “Las mezquitas de Jerez”, ofrecida ya en marzo de 2020 (se puede ver aquí). Borrego me acusó en Facebook de haberme apropiado ilegítimamente de información procedente de las obras que ya se habían emprendido, como ustedes saben bajo la dirección de Gonzalo Castro, y mediante las cuales habían aparecido los arcos del patio de abluciones. Lo cierto es que el día antes yo había visitado al arqueólogo, este había compartido impresiones conmigo –lo ha hecho con todo el que ha querido, sin ánimo alguno de favorecer a ningún círculo de investigadores– y me había autorizado plenamente a presentar en la conferencia algunos datos, pocos y muy concretos, sobre las obras que se estaban desarrollando. Dar esas pinceladas fue tomado por Borrego Soto como una ofensa en toda regla: “si no fue mío tampoco va a ser tuyo”, parecía decir.

Acusarme en Facebook de “robar” información es grave. Algo que bajo ningún concepto podía consentir, menos aún viniendo de alguien con una trayectoria de dudosa praxis científica. Me vi obligado entonces a revelar algo que era vox populi entre los historiadores locales: Borrego Soto se había presentado a sí mismo como “descubridor” de que Jerez había sido conquistada después de 1264 y de que la “revuelta mudéjar” duró varios años, cuando tal idea ya había sido presentada por Joseph O’Callaghan en un libro que él conocía perfectamente (ver aquí). Intentó entonces –sospecho que lo sigue intentando– hacer que me expulsaran del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, de cuya directiva ya yo había previamente dimitido por descubrir que ni él ni su presidente Juan Félix Bellido estaban contentos con mi incorporación, que ellos mismos habían propuesto: demasiadas ideas nuevas, poca obediencia a aquellos con quienes –supuestamente– yo estaba en deuda. Pero Borrego me quería fuera del todo: si finalmente lo consigue, seré el primer expulsado de la institución jerezana en toda su historia.

El asunto se puso más complicado cuando decidí publicar un libro sobre el Mudéjar en Jerez con la editorial Tierra de Nadie: repárese en que yo ya había tenido serios problemas (leer) con Peripecias Libros, en la que Bellido era director y Borrego responsable de una colección sobre Al-Ándalus. El director de Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, había sido acusado por Borrego precisamente de plagio a raíz de su libro sobre Asta Regia. Es cierto que Pepe –perdonen la familiaridad con quien sigue siendo mi editor– había citado de manera muy incorrecta a Borrego. Él mismo lo ha reconocido, y se ha mostrado dispuesto a corregirlo en la segunda edición. Pero no es menos verdad que su nombre estaba citado a pie de página y que se reconocía que lo allí escrito procedía de las investigaciones de Miguel Ángel Borrego. En cualquier caso, este último sigue erre que erre con las acusaciones de plagio a Ruiz Mata: el lector es capaz de imaginar perfectamente el porqué.

Pues bien, como ahora estoy preparando con Tierra de Nadie un libro sobre Sharis y sus mezquitas, al tiempo que él tiene previsto otro sobre rábitas con José María Gutiérrez, Borrego ha decidido torpedear mi publicación antes de que aparezca. Eso es lo que le ha llevado a lanzar desafortunadas teorías sobre la arquitectura preexistente en Santo Domingo y –todavía peor– sobre el tamaño de la aljama de Sharis. Sobre todo ello seguiré investigando y escribiendo, pero a tenor de cómo se ponen las circunstancias me ha parecido oportuno hacer pública toda esta información que aun siendo lo ideal haberla dejado a un lado, termina siendo imprescindible para darse cuenta de que detrás de todo esto no hay más que una cuestión personal.

jueves, 28 de julio de 2022

Sobre las dimensiones de la aljama de Sharish

Últimamente se están lanzando teorías bastante desafortunadas sobre la arquitectura medieval de Jerez. Quienes lo hacen dicen que su intención es que la investigación avance, pero entiendo que para ello hay que partir de una metodología científica que tenga en cuenta todas las fuentes disponibles y las combine entre sí con sentido crítico. Lanzar por lanzarlas, sin contrastarlas o haciendo caso omiso de determinadas fuentes que están ahí pero no interesa sacar a la luz, manifiesta más bien ganas de llamar la atención, de crear polémica e incluso de menospreciar a otros investigadores. Dado que he tenido la desgracia de leer algunos desatinos sobre el tamaño de la aljama de Jerez de la Frontera, vayan aquí algunos fragmentos de un libro que espero publicar pronto.

Aprovecho para añadir una cosa: ignorar –o sea, no citar aun sabiendo que existen– las publicaciones de José Luis Repetto Betes sobre el Jerez andalusí, y por ende no solo no someterlas a análisis crítico, sino también escamotearlas ante los ojos del lector foráneo, me parece una de las dinámicas más censurables que han tenido lugar a lo largo de los últimos lustros por parte de personas que han publicado repetidamente en este ámbito de la investigación. Y son unas cuantas.

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Para empezar, es necesario dejar claro que nunca se han tenido dudas sobre la ubicación de ese edificio que, según las fuentes cristianas medievales, fue “mezquita principal” y pasó a convertirse en Colegiata de San Salvador. El Padre Repetto ya lo dejó clarísimo en 1987 afirmando que «tenía un patio de las purificaciones ocupando el perímetro de la moderna plaza de la Encarnación». Quizá no acertara al decir que «tendría su minarete en donde está hoy la torre de la catedral», toda vez que la torre es inconfundiblemente tardogótica y, al menos de momento, no se han encontrado rastros de un posible alminar en esa misma ubicación; pero sí supo reconocer esa crujía de la Casa del Abad como muro de cierre del patio o sahn. En fechas más cercanas, Juan Antonio Moreno Arana tuvo la oportunidad de demostrar documentalmente que tanto esa crujía como la perpendicular no eran sino dos de las galerías perimetrales del patio, extremo confirmado cuando en 2019 empezaron las obras de rehabilitación y aparecieron las arquerías escondidas bajo la piel barroca.


Tampoco había espacio para dudar sobre el lugar en que se encontraba la sala de oraciones, como pusieron en evidencia Javier Jiménez López de Eguileta y Pablo Pomar Rodil en 2014 en un trabajo en el que se recogía y analizaba críticamente todo lo que las fuentes documentales y la historiografía ofrecen sobre la colegiata medieval, esto es, la aljama reutilizada. Ya superadas las antiguas polémicas entre Manuel Esteve e Hipólito Sancho sobre la sustitución completa o no de la antigua aljama por una obra cristiana medieval, hoy hay acuerdo en que la mezquita debió de mantenerse en pie hasta finales del siglo XVII, pero conociendo muy sustanciales reformas que debieron de incluir, como mínimo, la adición de una capilla mayor. Esta sería probablemente, continúan los dos autores, de formas “gótico-mudéjares”: hay datos sobre la existencia de los dientes de sierra y las puntas de diamante características de este taller medieval jerezano. Se orientaría hacia el noreste, girando –como era habitual a la hora de cristianizar las mezquitas– un cuarto de vuelta en el sentido contrario al de las agujas del reloj con respecto a la orientación del muro de quibla, que era el que marcaba la dirección del rezo musulmán. Decisivo es el texto que Jiménez y Pomar recogen de Bartolomé Gutiérrez, quien en su Historia de Xerez de la Frontera, relataba que «El pasado año de 1755, estando haciendo, en la obra de la Iglesia Mayor nueva, todos los Panteones (…) se profundizaba la escabacion sobre el lado de la capilla del Baptistero, en que caía parte del Presviterio de la Iglesia antigua. En esta fosa se cortaron varios paredones de grueso ladrillo y otros rastros de otra mas antigua que la vieja iglesia derribada».

Con semejante testimonio, todas las piezas encajan. Si tenemos en cuenta que la capilla bautismal es la de los pies de la nave de la Epístola de la actual catedral –hoy se encuentra en ella la taquilla para la visita turística–, queda claro que la sala de oración ocuparía un espacio de la Plaza de la Encarnación que llegaría más o menos desde el reciente monumento a Juan Pablo II hasta la esquina del andén catedralicio, lugar donde arrancaría la primitiva capilla mayor cristiana. La quibla no estaría demasiado lejos: quizá se situase antes de llegar a la Puerta de la Encarnación. En caso contrario, esto es, en el de encontrarnos ante una sala de oraciones muy profunda, la capilla mayor medieval tendría que haber estado situada mucho más lejos de la torre, en dirección hacia el crucero de la catedral, pero tenemos el testimonio explícito de que esta se encontraba sobre la capilla bautismal, no más adelante. Tampoco parece nada probable que la sala de oraciones se extendiera por una zona de tan pronunciada pendiente.

(...) Alguien podría argüir que pudo ser el doble de ancha de lo que hoy vemos; que quizá la capilla bautismal no fuera la de los pies de la nave de la Epístola, sino de la del Evangelio –paralela a la calle Aire– y que, por tanto, el presunto alminar que se presuntamente se situaría donde la actual torre gótica estaría más o menos en la mitad de la crujía de cierre del patio, a la manera de lo que ocurre en la aljama de Córdoba o en la primitiva aljama de Sevilla. Lo cierto es que también podemos descartar plenamente esa hipótesis. Por un lado, no parece haber duda de que la capilla de los pies del lado derecho es la bautismal y su opuesta la de Ánimas (Repetto Betes, 1978, p. 178). Por otro, tenemos el testimonio del arranque del edificio barroco. Sus obras apenas comenzadas «ya hubieron de suspenderse porque se necesitaba el solar que ocupaban cinco casas contiguas a la Colegial antigua. Estas casas, situadas en la calle del Aire y por tanto en el solar que hoy ocupa el reducto alto de esa calle y la nave de capillas, pertenecían a diferentes dueños (…)» (Repetto Betes, 1978, p. 68). Si la aljama reconvertida en Colegial se hubiese extendido hasta la calle Aire no hubiera sido necesario hacerse con todos esos inmuebles, lo cuales –a su vez– tenían que contar con un espacio de separación con el templo. Las medidas solo cuadran si la mezquita llegaba hasta las actuales capillas de la nave de la Epístola. ¿Hacen falta más pruebas todavía? La planta del nuevo edificio que se planteó en 1685 costaba 120.000 ducados, mientras que la nueva -la que exigía derribar las casas- ascendía a 400.000 ducados, «lo que indica que su tamaño y su complejidad había igualmente subido considerablemente aumentando así su costo de producción.» (Repetto Betes, 1978, p. 68).


Por si fuera poco, tenemos también evidencias materiales. En el extremo derecho de las arquerías aparecidas en 2019, justo al lado de la torre, se percibe el arranque de un arco que daría comienzo a una crujía perpendicular a la anterior. Si prolongamos la dirección que marca ese arco llegamos al andén de la catedral, justo donde se cerraría la sala de oraciones y comenzaría el ábside que añadieron los cristianos. La torre gótica, por tanto, no se incrustó en medio de la galería más larga del patio de abluciones, sino que se apoyó en una esquina del mismo aprovechando unas solidísimas estructuras anteriores sobre las que luego volveremos. En definitiva, no puede haber más dudas en lo que a la longitud O-E de la aljama reconvertida en Colegial, y ya pocas caben en lo que a la distancia N-S –del patio al muro de la quibla– se refiere.

Estas reducidas dimensiones en principio chocan con el carácter de aljama, la de mezquita del rezo principal de los viernes, el cual implica dimensiones suficientes como para dar cabida a todos los varones de la ciudad. Ahora bien, la documentación cristiana no deja lugar a dudas de que cuando los musulmanes fueron expulsados, esta era la mezquita mayor. Solo había tres arcos en el lado mayor del patio. Si sumamos las dos galerías perimetrales –llamadas saquifas–, lo que tenemos es una mezquita de cinco naves.

Es el momento de acudir al único estudio completo, denso y riguroso sobre las mezquitas andalusíes realizado hasta la fecha: el de la profesora Susana Calvo editado en 2013. En él se constata que las aljamas de las grandes ciudades acostumbraban a tener más de cinco naves. Ibn Adabás en Sevilla –la primitiva aljama, recordémoslo una vez más– tenía nueve. Las de Mértola y Niebla sí que tenían cinco, como esta de Sharis. También la de Medina Azahara. De momento no sabemos si, como en aquellas, la central era más ancha: esperamos el estudio del arco que se conserva por la otra cara del muro, porque la que da actualmente a la calle ha sido ocultada por una portada barroca.

Las fuentes cristianas, por su parte, confirman lo angosto del edificio que los jerezanos utilizaron durante siglos como Colegial. No encajan dimensiones tan pobres para lo que parece fue mezquita en los últimos tiempos de Sharis, cuando ya esta era una urbe de envergadura y densamente poblada, hasta el punto de que los espacios vacíos que debió de dejar la nueva muralla en su interior fueron casi totalmente ocupados.

Hasta que algún día se realicen –es difícil que este deseo se haga realidad– nuevas prospecciones arqueológicas en la Plaza de la Encarnación no será posible conocer con seguridad la articulación interna del haram, aunque algo podemos decir sobre el número de tramos hasta llegar a la quibla. Javier Jiménez y Pablo Pomar recogen el testimonio de que el coro de la Colegial estaba entre los cuatro pilares centrales del edificio («y el coro está entre cuatro pilares que son que sustentan la iglesia», se escribía en un libro de visitas de 1443). Sabemos que el edificio cristianizado tuvo capillas laterales, siendo lo más probable que, como en la aljama almohade de Sevilla, estas se realizaran compartimentando el primer tramo tras el patio y el que antecedía a la quibla. El resultado son cinco tramos de sala de oración, mismo número que el de naves: a la postre, el haram tendría una planta sensiblemente cuadrada.